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La compañía famosa por leyendas urbanas criogénicas saca Frozen, un cuento infantil sobre princesitas Disney gay-friendly que lanzan chuzos de hielo por la mente que se torna megapelotazo. El mal sabor de boca de Brave no me auguraba mucho, pero...
El argumento de Frozen es un poco irregular. Por una parte, es original; los temas subyacentes sorprenden dentro de lo que es Disney línea dura (Pixar es Disney pero no es Disney, no sé si me entienden) y no sorprende que se le hayan dado las lecturas que se le han dado- si es lo que pretendían sus creadores no sé si lo podremos saber. Es refrescante que no sea la enésima repetición de lo de siempre y se agradece. Por otra parte, el argumento es a menudo incoherente y sirve de mero vehículo para la película; va cogido por los pelos para llevarnos a situaciones y escenas concretas y el recorrido hasta ellas flojea un poco.
Sin embargo, y a diferencia de Brave donde los puntos álgidos del itinerario no eran tan álgidos y los transbordos eran soberanos bodrios, aquí las atracciones turísticas son fabulosas y los intermedios, completamente soportables.
La aurora boreal de Frozen es Let It Go, un temazo desatado que lógicamente arrasó al Happy de Mi Villano Favorito II y la cancionucha de Her en los Óscar. Es una de esas canciones que la Disney hace para llevarse a casa la estatuilla y en este caso, se salen. No sólo la canción en sí y la interpretación (la tal Idina Menzel colecciona premios de musicales, y se nota), sino que el numerito palacio de hielo es una exhibición del mejor 3D que el dinero puede comprar.
La animación es impecable como debe ser. Los programadores encargados de dibujar hielo y modelar nieve deben haber costado dinero, pero están más que amortizados. La estética nórdica y toda esa cantidad de hielo y nieve funcionan de maravilla- el hielo captura la luz virtual y le da a la película el toque sobrenatural que necesita.
Los personajes no acaban de cuajar. Los protagonistas son algo sosos y los villanos no dan mucho miedo, pero bueno, supongo que la película no va de eso. Los dos secundarios que destacan son el muñeco de nieve que quería ir a la playa y Oaken, el comerciante (encarnado por un animador de la peli), que están metidos un poco con calzador, pero que dan las secuencias más graciosas de la cinta.
En fin; si bien no es una cinta completamente redonda, Frozen vale el precio de la entrada sólo por poder desafinar a gritos Let It Gooo al acabar. Recomendable.
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