Mi madre disfruta contando la historia de cómo el día que mi padre trajo el primer ordenador a casa, un flamante Commodore C64, mi padre, mi hermano y yo no comimos y nos quedamos enganchados al aparato. Ese día se trastocó el mundo: a la televisión, el medio masivo de comunicación, le había salido un teclado que invertía su característica principal, la pasividad. El teclado y el mando de plástico manipulaban lo que salía por la tele. El primitivo muñeco que representaba a un futbolista respondía al mando y, lo que quizás resultaba más mágico, si pulsabas las letras dibujadas en el teclado, estas reaparecían en el televisor.
Poco más tarde (y si se me permite introducir otra anécdota materna), tecleamos un programa de una revista. Como resultado, si nuestra madre nos decía una fecha, el ordenador respondía en qué día de la semana había caído nuestro nacimiento, o lo que fuese. El teclado no sólo permitía interactuar con lo que salía en pantalla, sino que nos permitía enseñar al aparato a hacer cosas que para nosotros eran bastante laboriosas y complejas (no para mi madre que, por supuesto, recordaba exactamente en qué día habían caído las efemérides).
Un poco alejados del nido, y un poco más tarde, nuestro padre nos llevaba a su oficina a jugar con un ordenador con módem. Después de escuchar durante unos segundos unos sonidos un tanto extraños, en la pantalla aparecían cosas tecleadas por otros en otros lugares. La experiencia evolucionaría poco después en la universidad, donde los ordenadores estaban constantemente conectados a una red en la práctica infinita que era la biblioteca más alucinante del mundo (a mediados de los 90 esto era tan alucinante en el concepto como ahora, pero mucho, muchísimo más sorprendente). En la biblioteca podías encontrar un montón de libros molones, pero en Internet había material escrito que nunca podías encontrar en una biblioteca; discusiones y análisis sobre cualquier tema que te gustase, por poco “culto” que fuera. Ríos y ríos digitales sobre juegos de rol, literatura fantástica, música... pero también sobre la misma tecnología que impulsaba todo aquello.
Muy poco después, entre asignaturas y mis prácticas como becario, dispuse de mi propio espacio en Internet, y con un poco de HTML pude publicar mi propia página personal con los contenidos que yo quería, que cualquiera podía leer. El conocimiento resultaba mucho más accesible y era extremadamente sencillo publicar contenidos propios.
El ordenador, en un periodo relativo corto de tiempo, había derrotado a la televisión con su interactividad, había introducido la programación y luego, había sido el punto de acceso a la redes de la información.
Irónicamente, creo que los pasos siguientes están yendo en el paso contrario.
A algunos ordenadores se les está cayendo el teclado. Sin él, al igual que el televisor antes de conectarle un teclado, reducimos nuestra interacción y nuestra capacidad de crear. Sí, interactuamos con juegos (juegos que a menudo nos remiten a los simples juegos del Commodore C64), y en ocasiones tecleamos, pero la mayor parte del tiempo miramos y, si acaso, hacemos scroll, seguimos enlaces y otras cosas sencillas como expresar nuestra aprobación a un mensaje.
Además, atrás quedan también los tiempos en el que el ordenador estaba a dos pasos de un entorno de programación o incluso al encenderse directamente interpreta lo que escribimos como un programa. Más allá de eso, cada vez se ponen más barreras a que programemos y distribuyamos nuestras creaciones. Hasta nuestras creaciones más sencillas escapan a nuestro control y grandes empresas privadas se reservan el derecho de hacer con ellas lo que quieran: principalmente, venderlas al mejor postor.
Sí, los avances tecnológicos son notables y las posibilidades de hacer cosas son cada vez mayores, pero como con la televisión, cada vez adoptamos un papel más pasivo, y cada vez parece más complicado hacer lo que anteriormente casi podía ser más sencillo que consumir.
Si bien es difícil valorar si globalmente estamos evolucionando o viendo una regresión, creo que es obvio que en ciertas áreas estamos retrocediendo. Y lo que es peor, este retroceso puede frenar los avances que se hacen por otros frentes. ¿Habrá tanta gente ahora a la que le dé por crear y programar? ¿Podremos seguir con el ritmo de evolución si menos gente se quiere dedicar a avanzar y prefiere sentarse en el sofá a consumir lo que hagan otros? O por el contrario, el hecho de que se reduzca la proporción de gente que quiere crear y no consumir será irrelevante porque aún así serán más dado que la tecnología ahora está al alcance de muchos más.
No es fácil predecir el futuro. Pero es preocupante cómo volverle a quitar los teclados a las pantallas en nombre de la comodidad y poner vallas a la distribución de contenidos y software en nombre de la seguridad puede hacernos dar pasos atrás en una de las áreas más importantes de los últimos tiempos.